Tiburones que te comen la mano (el
Oceanário), trenes que vuelan (el teleférico), trenes amarillos (el tranvía
28), castillos de princesas y príncipes (el Castillo de San Jorge y el Palacio da
Pena en Sintra), una enorme piscina donde no me puedo bañar (la desembocadura
del Tajo), un ascensor con asientos de madera (el elevador de Santa Justa), una
torre sobre el agua con muchas pistolas (la Torre de Belén y sus cañones), unos
señores muy altos que miran al agua (el monumento a los Descubridores), una
enorme pelota con luces en la que puedo entrar a jugar (adornos de Navidad de
la plaza de Rossio) Estas son algunas de las impresiones de un pequeño de dos
años durante su primera visita a Lisboa. Si a esto le añadimos los sonidos del
tren: - chú, chú…-, sus primeras palabras en portugués: - obrigado, tchau tchau..-,
e incluso su simpático Hello como
respuesta a un hola inglés, entonces, podemos decir que mi hombrecito ha vivido
toda una aventura.
Los mayores, más acostumbrados a las
grandes vistas, a los tiburones que no son peligrosos tras el cristal y a los
cambios de un idioma a otro, nos quedamos con otras sensaciones tan importantes
como las anteriores. Los colores de Lisboa, su horizonte de tonos pastel roto
de vez en cuando por el azul o rosa chillón de algún edificio que quiere
hacerse destacar; los azulejos de antiguas fachadas señoriales deterioradas y
agrietadas por el paso del tiempo; las tiendas pequeñitas, apenas adornadas en
los barrios más humildes, que continúan sobreviviendo a la amenaza de las grandes
superficies; las abuelillas con delantal de cuadritos, jersey de lana y pelo
gris que sonríen a mi pequeño mientras nos sirven unas castañas asadas; la
paciencia infinita de los portugueses que te lleva a reflexionar sobre tu
propio ritmo y la necesidad de encontrar un punto intermedio; la amabilidad de
unos vecinos que nos aprecian más de lo que pensamos; la dulce despedida de un
país al que sabes que volverás.
Dedico esta entrada a nuestros
compañeros de Península, que también lo están pasando mal. A los barrios del
extrarradio que se caen a pedacitos pero que están llenos de vida. A los
edificios fantasmas del centro de Lisboa, auténticas obras de arte en
decadencia, reflejo de la situación actual. A la esperanza de que algún día
volveremos y Lisboa continuará asombrándonos por la variedad de color de sus
calles y sus gentes. Obrigado.
Obrigado :)
ResponderEliminarMe has abierto el apetito. Creo que voy a tener que visitar Lisboa no tardando mucho.
muak :)
Estoy segura de que te encantaría, yo no me la esperaba así. Distinto al sonido y al ritmo de Madrid, aunque todo tiene su encanto ;) Muas.
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