Hace unos días, le regalaron
un peluche a Hugo, mi pequeño hombrecito. Cuando nos lo enseñó, preguntó
curioso: "papá, ¿qué es esto?". Y entonces, desde la cocina, escuché
que su padre le decía: "es un gamusino".
Antes de que pudiera digerir
lo que acaba de escuchar, tenía a mi niño en la cocina emocionado y gritando
entusiasmado: "mira mamá, qué chulo, ¿verdad?, es un gamusino".
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Y claro, como es tan
pequeñito y escurridizo (posiblemente porque quiera volver a su legendario
anonimato), aprovecha la oscuridad para intentar desaparecer. Es entonces
cuando, en mitad de tu mejor sueño, un llanto infantil te despierta y una
vocecilla entrecortada te dice: "mamá, no encuentro a mi gamusino".
Veinte minutos después y con
la tenue luz del móvil, consigues localizar al bichejo escondido entre las
sábanas. Volvemos a la habitación, con las "patas colgando" de la
risa contenida.
"Cuando seas padre,
buscarás gamusinos", le digo a mi chico después de nuestra agotadora
cacería.