Allí estaba
ella; bronceada, deliciosa, curada por el paso del tiempo, madura y esperando
con ansia a que alguien probara su carne, su textura, su pata negra.
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Fue entonces cuando,
de repente, se volvió loca y comenzó a correr, a saltar incluso. Estaba furiosa,
enfadada, rabiosa, como poseída por una especie de fuerza sobrenatural que no
llegaba a entender. Su ritmo era tan rápido, que en pocos segundos sentí que me
alcanzaría. Sin pensarlo comencé a correr yo también, como en aquella ocasión en
la que unos patos gigantes armados con bates de beisbol intentaban atacarme. Por aquellos tiempos me encontraba inmersa en plenos preparativos de boda (qué
estrés). Ahora, casi cumpliendo el quinto mes de embarazo, una pata de jamón me
persigue en mis sueños. Pero por esta vez, he conseguido escapar de esta Usain
Bolt porcina tan particular.