Con las patas colgadas de indignación
me he levantado esta mañana. Después de una jornada de huelga general y de
grandes manifestaciones, no queda más remedio que volver a la rutina; a esa
realidad marcada por una come salchichas
y un absorbe fideos vestidos de
mandatarios. No hay peligro más grande que poner en la cima de una pirámide
débil y magullada a un puñado de personajes que creen ser dueños de la única
verdad, la única solución: ¿una, grande y libre? Cuando alguien sin oído, incapaz
de escuchar al pueblo que representa, se sienta en el trono de un país como
éste, el desenlace final está escrito. Solo hay que echar mano de la historia,
esa que se repite de forma cíclica y que personajes como los que hoy nos
representan no quieren mantener en nuestra memoria. Afortunadamente aún existe
una generación que recuerda aquellos fatídicos años. Muchos de ellos,
incrédulos ante lo que están viviendo en sus últimos años de vida, también
salieron ayer a la calle para luchar por los demás. Ya no se trata de defender
los derechos que tantos años ha costado conseguir; sino de arañar, de morder si
es necesario, para que el futuro de los que hoy aún llevan pañales, no esté
determinado únicamente por el valor de sus carteras.
Yo aún tengo una nómina con la que
pago una hipoteca y un seguro de salud privado, porque tras las últimas
experiencias en la sanidad pública, sería incapaz de exponer de nuevo a mis
hijos a tal peligro. Apoyo al 100% una calle viva, donde el pueblo opine y sea
escuchado. Dedico esta entrada a los que se han convertido en sordos sociales;
a los que piensan que los desahucios no van con ellos porque en su presente no
carecen de nada. Quién sabe, tal vez un día se obre el milagro y tengan que
levantar el culo de su cómodo sofá para unirse a los que ahora consideran
desechos de la sociedad. Que vuestro Dios os coja confesados, porque el día que
la sociedad se vuelva sorda como vosotros habrá llegado el Fin.
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