Cuando llega agosto el mundo se para.
Es como si la humidad desapareciera bajo las piedras. Supongo que será el sol,
el verano y las bajadas de tensión. ¿Quién no ha sentido aún un bajón de los de tirarte en el sofá y dejar colgar una
de “tus patas” por encima del cojín, solo por el simple hecho de sentir cómo se
balancea de un lado a otro?
Son momentos duros, cuando sabes que
no pueden durar mucho, porque tu mente quiere obligarte a caer en el sueño más
profundo.
- “¡Ni un tren expreso le despertaría!”,
diría uno de los personajes de una de mis películas animadas favoritas de Navidad.
Yo el otro día me sentí caracol. Era
como si llevara encima la casa entera.
- “¡Putos
cimientos, no hay quien los arranque!” Así es que, ahí me quedé, embobada mirando
al infinito cual palomo pichón.
Ayer, sin ir más lejos, caminaba con mi
hermana y me dijo:
- “¡Estamos
lelas!” Vamos, que parecíamos dos babosillas a punto de ser aplastadas por una
enorme bota sin compasión.
La cosa es que llevo dos días de
silencio: no teléfonos, no faxes, no compis… Y como una es muy aplicada y
adelanta trabajo enseguida, de repente te das cuenta que no sabes qué hacer
cuando no hay nada que hacer.
Por eso creo que el mundo está al
revés. No tiene sentido que en una época de vacas flacas y sol ardiente, se
aprueben medidas como la liberación de los horarios comerciales. ¿No se supone
que Dios creó el domingo para descansar? Para una cosa con la que puedo estar
de acuerdo... Además, ¿no estamos
gobernados por los que defienden la familia por encima de TODO? ¿Qué día hay
más familiar que un domingo? ¿Qué fue de: “El Domingo: día del Señor y día de
la Familia”?
(Dedicado a los que se han quedado sin
domingo (Ana, Luis, Rafa, etc.); a los negocios familiares que tendrán que
rifar qué miembro del grupo se pierde la comida en casa esa semana; a los que
no tienen derecho a quejarse porque tienen trabajo en la época del VALE TUDO…)
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