Con "las patas colgando" y el estómago del revés me deja el síndrome del “mal de olores” que padezco desde la infancia.
Es cierto que algunos aromas me transportan a otros tiempos, a otros lugares…,
como el olor a hierba fresca recién cortada, que siempre me recuerda a
Inglaterra y a un callejón estrecho, húmedo , verde y frondoso, lleno de vegetación
medio salvaje que caía sobre mi cabeza arañando las vallas de las casas. También
recuerdo el olor especial que tenían algunas muñecas, como las Barriguitas…,
qué tiempos aquellos… El otro día, paseando por la sección de juguetes de unos
grandes almacenes (me encanta darle a todos los botones y ver qué hacen, ¡peor
que mi hijo!), abrí un tarrito con la imagen de Bob Esponja que contenía una
especie de gelatina amarilla limón. Acerqué mi nariz y “gualá!!” que ilusión me
hizo oler el Blandiblú y tocarlo un poquitín.
-“¡Mira!! ¡Es blandiblú!”- le dije a mi chico, que se encontraba
probando el sonido de una Dora
Exploradora un poco estresada.
-“¡Blandiblúuu?!”- y se le iluminaron los ojos, cómo si hubiéramos
descubierto una mina de oro, toda para nosotros.
El “mal de olores” no me transporta en
el tiempo, en los recuerdos, pero sí me trae de forma instantánea imágenes
súper desagradables a la cabeza. Una especie de galería de fotográfica que,
unida a la sensación de estar comiendo lo que veo en mi mente, provoca de forma
automática arcadas y vómitos. Intento
superarlo cerrando todas las vías respiratorias al mismo tiempo pero, en la
mayoría de los casos, el desenlace está escrito.
Dedico mi entrada a los gamberros que el sábado cenaron en casa
(entre ellos, mi pareja). Lo de lanzarse una bolsa con caquita de bebé en plan “bola
loca” o “patata caliente” puede ser muy divertido; sobre todo si termina
estrellándose en la cara de quien empezó el juego. Espero que la cena os
aprovechara, la mía se fue al fondo del wc. (Desde el cariño, mi estómago y yo.
Bss).
No hay comentarios:
Publicar un comentario