Este verano mi hijo comenzó a hilar
palabras, una detrás de otra. Es decir, del “¿Qué testo? ¿Qué testo?", continuado y
repetitivo que llegaba a exasperar en algunos momentos, pasamos a la divertida
fase de loro parlante que todo lo escucha y todo lo repite. Y no una o dos veces,
sino tres, cuatro, cinco… Aún recuerdo el día que la cabeza me estallaba y,
sentada a su lado en los asientos traseros del coche, comenzó a preguntarme a
cada segundo (o milésima de segundo):
- "¿Qué testo?, ¿Qué testo?".
- "Un coche, un camión, una furgoneta, un árbol…"
- "Un coche, un camión, una furgoneta, un árbol…"
Y así seguimos hasta que mi cerebro, a punto de
quedarse sin batería, dio la orden de parar aquella tortura infantil y comencé
a contestar casi a media milésima por segundo, adelantándome a su gran
pregunta:
- "Una montaña, una nube, un autobús… un burro volando!!! “
- "¡Un burro volando
mamá!?” Y entonces comprendí que estaba perdida...
Lo cierto es que no sé cuándo acabó el
“¿qué testo?” De repente un día ya no se escuchó porque su mundo se hizo más
amplio y comenzó a describir lo que veía:
- “¡míiia mamá, un perro! ¡míiia mamá,
ahhhh, un avión!!, un gato, una casa rosa, un elefante, un tren…"
Hasta que una
tarde, cuando nos disponíamos a salir de paseo me dijo:
- "¡Qué áaapa mamá!", y consiguió
emocionarme con el piropo más bonito, sincero y tierno que jamás había
escuchado.
OHHHHHH!!!! :))))))))))
ResponderEliminar:****