Cuando
pasas un fin de semana divertido, da igual que el lunes tengas el cuerpo del
revés: el estómago en la garganta, la cabeza en los pies y la mente perdida en
otros lares…
Mi
mente anda aún escondida en un garito de Madrid. Creo que se ha quedado
atascada entre la barra, el baño y unos barriles-taburetes estratégicamente
situados para los que necesitan un poco de apoyo en ciertos momentos de la
noche. Es increíble que en tan poquitos
metros cuadrados encuentres todo lo necesario para pasarlo bien. Recuerdo una
puertecita abierta de par en par y una escalera desde la que se veía todo el
local. Y de repente muchas miradas y voces que decían:
- “Pasad,
pasad, aquí cogemos todos…”
No
paraban de bailar y abrirnos hueco, así es que, en menos de cinco minutos ya
nos habíamos hecho con nuestra plaza preferente en la barra. No sé si por la
simpatía de los presentes o por nuestros bailoteos de aquí para allá. Porque, ¿a
quién no le ha pasado que al escuchar un poco de “España cañí” le sale el
arte gitano que lleva dentro? Y no es que de repente te conviertas en Lola
Flores, más bien en una mezcla extraña del zapateo de “los farrucos”, la cara
“arrugá y de dolor” de la Niña Pastori y
el ritmo rumbero de Peret:
- “Con
la puntita, con la puntiiita, con la puntita del pie, con la puntiiita…”
Y
como ya se sabe que “detrás de un gran barco hay un gran capitán”, era de
esperar que detrás de aquella barra del San Román hubiera alguien especial:
Vicente, el pelirrojo. Un tipo serio que apenas habla ni ríe, que sólo mira y
piensa “para su adentros”. Yo creo que recuerda sus días de cante, como el de
la fotografía colgada en la pared, en la que aparece un joven Vicente dándolo
todo. Y supongo que piensa:
- “Pa
lo que hemos quedado, Vicentín”.
Pero,
de vez en cuando, “el pelirrojo” interactúa con su animado público que, en el
fondo, está encantado con la seriedad y el porte flamenco de su peculiar
barman. Y es en ese momento, cuando puedes ver a Vicente juntando sus palmas y
cantando bajito, como si se hubiera
metido en uno de sus cuadros.
A
Vicente “el pelirrojo”, a las tapas de salmorejo con lacón, a las nuevas
amistades (gracias M.) y a los papis que de vez en cuando se toman un respiro y
zapatean por gusto, va dedicada esta entrada. Es un placer volver a casa y
dejar que “tus patas cuelguen” del colchón después de un gran día de “terapia
latinera”.