He tenido la suerte de nacer en una
ciudad chiquitita y de terminar de crecer en una gran capital. Traducido al
lenguaje animal, que es lo que hoy nos ocupa, se podría decir que he tenido la
posibilidad de ser un tímido pollito, una cabra loca y un águila solitaria (¡qué
gran época en la que ves todo desde las alturas, volando sin miedos!). Algo importante
en la pequeña aventura de mi vida, ha sido la posibilidad de contemplar el
nacimiento de una camada de perritos, de ver como una oca se convertía en
compañera inseparable de una yegua de pocos amigos e incluso de observar aterrada
como un gallo de corral hacía gala de su fama y no dejaba títere con cabeza o, mejor
dicho, gallina sin... En fin, que aquello de: “eres más putas que las gallinas”,
debió inventarlo un gallo machista cansado de ser rechazado por las que forman
parte obligada de su corral.
Para que los pequeños se acerquen al
mundo animal, este fin de semana tuvimos la genial idea de visitar Faunia. No
hay tigres, leones ni osos, pero sí patos, cerdos, perritos de la pradera,
peces de todos los tamaños y colores y monos, muchos monos. Fue precisamente durante
la visita a los monos armarillos o Saimiri, donde pude comprobar el efecto que
las películas animadas han causado en mí. “Toma geroma, macaco flaco”, fue la
primera frase que se me vino a la mente al ver la zona a la que íbamos a
acceder. Antes de entrar, un joven guía con cara de estar hasta los “macacos de
los monos amarillos” y de sufrir una permanente bajada de tensión por el calor
y la humedad del lugar, nos pidió que cerráramos todas las mochilas; que no
dejáramos ningún papel, comida o bebida a la vista; que las gafas de sol las
lleváramos puestas o en la mano, nunca colgadas de la camiseta o a modo de
diadema y, por supuesto, nada de pendiente largos. Al escuchar esta última
parte me sentí pequeñita, mucho más que los monos que íbamos a ver. Es increíble,
pero tardé apenas 3 segundos en quitarme las pulseras que llevaba en la muñeca
por miedo a que los Saimiri se abalanzaran sobre mí y se llevaran hasta mi mano…
¡Qué horror!! ¡Cómo puede una persona tan “desganá” (porque ni andar podía el
pobre guía, ¡le pesaba hasta el alma!) provocar esos temores! Mientras cruzaba
el “peligroso sendero” otra escena de Río vino a mi mente: “dentro-fuera,
dentro-fuera, dentro-fuera…” e incapaz
de echar a volar, me dirigí sin pausa hasta la salida y pensé: “ohh ohh ahh
ahhhh” (sé que ellos me entendieron, lo aprendí en Río!! J)
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