No sé cuánto tiempo hay que invertir para hacer un
Camino de Santiago más o menos decente y poder pedirle al apóstol por la
salvación de nuestros males. Pero si se trata de recorrer kilómetros, de
marchar a pie, de fe en tus principios y en amor y sacrificio a los que amas, entonces
señores, nuestros mineros se han ganado, al menos, el derecho de besar el pie
del apóstol o de quién quieran (si así lo desean) y de ser escuchados.
Es posible que muchos hayan olvidado que pertenecemos
a un país de pico y barrena, de burro y arado, de matanza... Y si ahora algunos
piensan que el título de europeos nos convierte en nobles, en adinerados y en
nórdicos... está muy equivocado. Por nuestra sangre corre el cante jondo y la
copla, el color berebere y el olor a aceituna machada. No hace tanto que España
cantaba aquello de bienvenido “Mr. Marshall”, “Soy minero” y “Adiós mi España
querida”. Mi generación ha cantado (quizás en momentos de poca sobriedad) a un “toro enamorado de la luna”, en versión
discotequera. Así es que, miremos nuestras raíces proletarias, enorgullezcámonos
de los que consiguen subir de escalón y demos, al menos, la oportunidad de
hablar a los que han concluido su camino de “personal peregrinación” en la
capital.
Si recortamos nuestros cimientos, qué pasará…
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