martes, 9 de abril de 2013

3 kilos 300 gramos de felicidad!



Tres kilos trescientos gramos de felicidad habitan en mi interior. Lleva conmigo casi 39 semanas y aún no me hago a la idea de que pronto, muy pronto, nos veremos las caras. Yo juego con ventaja, porque ya he podido ver parte de su rostro, de sus manitas, de sus piernas (esas que patalean sin cesar). Aún así, es difícil asimilar que esa personita que muestra el monitor está dentro de mí. No seré consciente de su llegada hasta que la tenga en mi pecho y le susurre: “ hola Olivia, soy mamá”. Todavía recuerdo cuando pronuncié esas palabras por primera vez y mi niño dejó de llorar, sin más. Fue entonces cuando comprendí que mi pequeño había sentido todo: las canciones que le cantaba, las caricias que le hacía a través de mi piel… Y fue también de ese instante, cuando supe que el instinto maternal existe. Es ese sexto sentido que te sopla al oído cómo debes coger a esa personita tan menuda, el que te hace permanecer despierta con tu bebé sobre el pecho para calmar sus primeros miedos y cólicos durante toda una noche. Y da igual que hayas dado a luz tan sólo una hora antes de forma inhumana y que lleves 24 horas sin dormir porque.., inexplicablemente, en el silencio de su primera noche, sólo escuchas su suave respiración, sólo hueles su piel intentando retener su esencia mientras cierras los ojos, lo envuelves con tus brazos y disfrutas de un momento único e irrepetible. 

(Dedico esta entrada a tres ángeles: Chris, Marta y Susana. Gracias a la fisioterapia del suelo pélvico (que ningún médico me recomendó y que apareció en mi vida por pura casualidad, como todo lo bueno), a la profesionalidad, a la humanidad de quien sabe tratar a un paciente dolido, a la sonrisa de quien te da la bienvenida… gracias a ellas, hoy vuelvo a tener la ilusión que un día me robaron).