miércoles, 19 de diciembre de 2012

Lisboa.



Tiburones que te comen la mano (el Oceanário), trenes que vuelan (el teleférico), trenes amarillos (el tranvía 28), castillos de princesas y príncipes (el Castillo de San Jorge y el Palacio da Pena en Sintra), una enorme piscina donde no me puedo bañar (la desembocadura del Tajo), un ascensor con asientos de madera (el elevador de Santa Justa), una torre sobre el agua con muchas pistolas (la Torre de Belén y sus cañones), unos señores muy altos que miran al agua (el monumento a los Descubridores), una enorme pelota con luces en la que puedo entrar a jugar (adornos de Navidad de la plaza de Rossio) Estas son algunas de las impresiones de un pequeño de dos años durante su primera visita a Lisboa. Si a esto le añadimos los sonidos del tren: - chú, chú…-, sus primeras palabras en portugués: - obrigado, tchau tchau..-, e incluso su simpático Hello como respuesta a un hola inglés, entonces, podemos decir que mi hombrecito ha vivido toda una aventura. 

Los mayores, más acostumbrados a las grandes vistas, a los tiburones que no son peligrosos tras el cristal y a los cambios de un idioma a otro, nos quedamos con otras sensaciones tan importantes como las anteriores. Los colores de Lisboa, su horizonte de tonos pastel roto de vez en cuando por el azul o rosa chillón de algún edificio que quiere hacerse destacar; los azulejos de antiguas fachadas señoriales deterioradas y agrietadas por el paso del tiempo; las tiendas pequeñitas, apenas adornadas en los barrios más humildes, que continúan sobreviviendo a la amenaza de las grandes superficies; las abuelillas con delantal de cuadritos, jersey de lana y pelo gris que sonríen a mi pequeño mientras nos sirven unas castañas asadas; la paciencia infinita de los portugueses que te lleva a reflexionar sobre tu propio ritmo y la necesidad de encontrar un punto intermedio; la amabilidad de unos vecinos que nos aprecian más de lo que pensamos; la dulce despedida de un país al que sabes que volverás. 

Dedico esta entrada a nuestros compañeros de Península, que también lo están pasando mal. A los barrios del extrarradio que se caen a pedacitos pero que están llenos de vida. A los edificios fantasmas del centro de Lisboa, auténticas obras de arte en decadencia, reflejo de la situación actual. A la esperanza de que algún día volveremos y Lisboa continuará asombrándonos por la variedad de color de sus calles y sus gentes. Obrigado.

2 comentarios:

  1. Obrigado :)

    Me has abierto el apetito. Creo que voy a tener que visitar Lisboa no tardando mucho.

    muak :)

    ResponderEliminar
  2. Estoy segura de que te encantaría, yo no me la esperaba así. Distinto al sonido y al ritmo de Madrid, aunque todo tiene su encanto ;) Muas.

    ResponderEliminar