lunes, 13 de agosto de 2012

Ser madre...Toda una aventura


Hace dos años comenzó la mayor aventura de mi vida. Son de esas historias que van creciendo día a día y que no dejan de sorprenderte; llena de alegrías, de penas, de desesperación, de ataques de histeria, de risas que te dejan sin aliento…

¿Ser madre me ha convertido en mejor persona? No lo sé, si acaso ha puesto a prueba mi paciencia (¡tengo más de la pensaba!!!), mi capacidad de sacrificio y mis posibilidades para amar (cada cariño es diferente pero irremplazable). Lo que sí me ha permitido esta nueva etapa de mi vida es descubrir cosas tan sencillas como estas:
  • Decir los buenos días siempre, siempre con una sonrisa… aunque te vaya la vida en ello porque tu cabeza va a estallar (de migraña, no penséis mal!)
  • Hablar con calma, con  ese tono entre niña tonta y princesa Disney que consigue domar a las fieras.
  • Tomar aire antes de dejar escapar un grito que sólo conseguirá empeorar las cosas. “No lo sueltes, no lo sueltes”.
  • Jugar a los coches y ponerles voz de pitufinos: “¡Hola Rayo, soy Mate! ¿Nos vamos a dar una vuelta?”
  • Imitar a todos los animales, a los que existen y a los que se han extinguido como los dinosaurios… (Reconozco que algunos como el elefante se me resisten).
  • Sentarme en una alfombra sin prisas, solo por el placer de hacer compañía a quien me ha cogido de la mano y me ha dicho: “a bugáaaa mamá”.
  • Dar besos a cada instante y parar cuando una vocecilla dice: “vaaale mamáaaa, vaaaale”. (Todavía no sabe llamarme pesada).
  • Enseñar la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. (Esta es la parte más complicada).
  • Dejar de preguntarme si soy buena o mala madre, cuando das el 100% no hay interrogantes que valgan, ni dudas posibles.
  • Apreciar un beso chiquitín y un abrazo al cuello dado con tanta fuerza que llega a despeinarte.
  • Quedarme despeinada porque así mantengo un poquito más el recuerdo de ese abrazo.
  • Oler con gusto unos piececillos que mantienen la esencia del que se ha tirado todo el día correteando. Olerlos y decirle: “puffff…. ¡Cómo huelen!...” y escucharle soltar una carcajada, mientras ves que te los vuelve a colocar en la cara… (estos niños…)

“Con las patas colgando” me quedé la primera vez que sentí que aquello no era como mis  “pepones”: ni las caquitas, ni el pis, ni el día de fiebre, ni los cólicos… Pero “mis patas” cuelgan ahora todos los días al ver que me espera sentado en su camita cada mañana y que le sale un hoyuelo “picarón” cuando sabe que le voy a “plantar” un gran beso de buenas noches.

(Para mi pequeño, que hoy cumple dos añitos, y para su papi que vive esta experiencia conmigo)

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