lunes, 25 de junio de 2012

La "ratita nupcial".


Para recordar los momentos importantes de tu vida, no hay nada mejor que una buena cámara de video. Es lo que deben pensar todos los novios que deciden pasar por el altar de la vicaria o por el atril del concejal. Independientemente del sexo de los cónyuges y del modo en el que se proceda a la unión del  “hasta que la muerte o el divorcio express nos separe”, lo cierto es que la mayoría no podemos resistirnos a grabar tan feliz acontecimiento.

Hace algún tiempo estuve en la boda de una gran pareja. Se querían tanto que aún siguen casados, a pesar del mal comienzo de su primer día. Todo ocurrió tan deprisa, que si no hubiera sido por la asombrosa tecnología de las cámaras de video, aún hoy estarían haciendo porras sobre el baile nupcial y el ladrón de guante blanco o “la ladrona  de la servilleta”.

Y es que, en una boda, a nadie le agrandan los imprevistos. Por eso, los personajes están bien definidos desde un principio: novios, padrinos, invitados, camareros, músicos y, por supuesto, los chicos de la cámara de video, fundamentales para el desenlace final de esta historia.

¿Qué paso? ¿Cómo ocurrió?
Pues sólo diré que aún no había crisis (en estos tiempos, posiblemente más de uno lo hubiera justificado). Era el momento del baile y una invitada se salió del guión. De personaje familiar pasó a encarnar el papel de ladronzuela avispada utilizando la vieja táctica de “se me ha desabrochado el zapato y tengo los pies debajo del mantel”. Posó su elegante culo en la silla de la novia, tras haberse ofrecido voluntaria para proteger el cofre del dinero (aprovecho para recordar a todo el mundo que existen las transferencias bancarias). A continuación, con la canción favorita de nuestra joven pareja como banda sonora de su “gran golpe”, la ladronzuela  procedió a echar mano de su botín mediante cuatro pasos muy sencillos: arriba (cabeza), abajo (cuerpo), al centro (brazo) y  “pá dentro” (dinero). Un plan perfecto, si no hubiera sido por el gran plano general y fijo de la cámara, que captaba sin saberlo: una cabeza, un brazo y una servilleta llena de sobrecitos blancos. Pobre “ratita nupcial”, después de todo, se quedó sin familia y sin dinero. Eso sí, durante su anonimato disfrutó de lo lindo del “baile del pañuelo”.  

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