miércoles, 27 de junio de 2012

"Shuuuu", el bebé duerme.


Normalmente escribo mis entradas mientras espero a que mi bebé duerma. Me siento pacientemente en la hamaca situada junto a su cama, le doy el besito de buenas noches, enciendo mi teléfono móvil y, con la escasa luz de su pantalla, comienzo a escribir mis historias. Hay quien puede pensar que paso olímpicamente de mi hijo: “vaya madre más comodona, que no le canta una canción o le hace cosquillitas a su bebé…”  Pero nada más lejos de la realidad. A mi pequeño diablillo (mi ángel) es mejor ignorarle mientras intenta conciliar el sueño. Varias veces he intentado cantarle nanas y en todas las ocasiones se ha puesto a bailar. No digamos lo de las caricias, aprovecha el mínimo movimiento para comenzar una pelea de almohada y ponerse a hablar: “¿qué  této? ¿Qué  této??”

Se puede decir que desde hace poco más de un año no sé qué es dormir a pierna suelta y, mucho menos, “tirarse a la bartola”. La llegada de un hijo es una experiencia emocionante, a la par que agotadora y aterradora. Aún recuerdo, desde la lejanía del tiempo con cierta gracia, aquella noche de verano en la que sus sollozos retumbaban en todo el edificio. Eran las dos de la madrugada y ante una situación desesperada, soluciones simples y rápidas: paseo en cochecito. El problema es que su llanto se escuchaba más fuera que dentro, así es que, ante el temor de que alguien llamara al 112 (que últimamente la gente está muy alarmista), decidimos volver con el llanto, el bebé y las ojeras, que se habían enganchado en el bordillo de la acera de enfrente.

Ya no hay cochecito, ni cuna, ni llantos de bebé. Pero sí queda una hamaca, alguna que otra pesadilla y un reto: salir pitando de la habitación en cuanto su respiración comienza a ser rítmica, constante… Ayer estaba tan cansada, que ante el temor de ser descubierta, me fui dejando caer de la hamaca, despacito, lentamente. En una mano el móvil, en la otra la “cámara espía”. Una vez abajo comencé a reptar (pobres serpientes, no me extraña que fueran las malas del paraíso. Yo también estaría cabreada si tuviera que desplazarme así por decisión de otro…).  Todo iba a las mil maravillas, ya veía la luz al final del corto trayecto que me quedaba para alcanzar la puerta cuando, en voz bajita y “pitufina” alguien me dijo: “¿qué tésto?” y se echó a reír. Volví a mi hamaca, terminé esta historia y no pude dejar de reír con él. J

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