miércoles, 11 de julio de 2012

"Yo sí maldigo la suerte, porque minero nací..."


No sé cuánto tiempo hay que invertir para hacer un Camino de Santiago más o menos decente y poder pedirle al apóstol por la salvación de nuestros males. Pero si se trata de recorrer kilómetros, de marchar a pie, de fe en tus principios y en amor y sacrificio a los que amas, entonces señores, nuestros mineros se han ganado, al menos, el derecho de besar el pie del apóstol o de quién quieran (si así lo desean) y de ser escuchados.

Es posible que muchos hayan olvidado que pertenecemos a un país de pico y barrena, de burro y arado, de matanza... Y si ahora algunos piensan que el título de europeos nos convierte en nobles, en adinerados y en nórdicos... está muy equivocado. Por nuestra sangre corre el cante jondo y la copla, el color berebere y el olor a aceituna machada. No hace tanto que España cantaba aquello de bienvenido “Mr. Marshall”, “Soy minero” y “Adiós mi España querida”. Mi generación ha cantado (quizás en momentos de poca sobriedad)  a un “toro enamorado de la luna”, en versión discotequera. Así es que, miremos nuestras raíces proletarias, enorgullezcámonos de los que consiguen subir de escalón y demos, al menos, la oportunidad de hablar a los que han concluido su camino de “personal peregrinación” en la capital. 

Si recortamos nuestros cimientos, qué pasará…

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