lunes, 2 de julio de 2012

La fauna de Faunia.

He tenido la suerte de nacer en una ciudad chiquitita y de terminar de crecer en una gran capital. Traducido al lenguaje animal, que es lo que hoy nos ocupa, se podría decir que he tenido la posibilidad de ser un tímido pollito, una cabra loca y un águila solitaria (¡qué gran época en la que ves todo desde las alturas, volando sin miedos!). Algo importante en la pequeña aventura de mi vida, ha sido la posibilidad de contemplar el nacimiento de una camada de perritos, de ver como una oca se convertía en compañera inseparable de una yegua de pocos amigos e incluso de observar aterrada como un gallo de corral hacía gala de su fama y no dejaba títere con cabeza o, mejor dicho, gallina sin... En fin, que aquello de: “eres más putas que las gallinas”, debió inventarlo un gallo machista cansado de ser rechazado por las que forman parte obligada de su corral.

Para que los pequeños se acerquen al mundo animal, este fin de semana tuvimos la genial idea de visitar Faunia. No hay tigres, leones ni osos, pero sí patos, cerdos, perritos de la pradera, peces de todos los tamaños y colores y monos, muchos monos. Fue precisamente durante la visita a los monos armarillos o Saimiri, donde pude comprobar el efecto que las películas animadas han causado en mí. “Toma geroma, macaco flaco”, fue la primera frase que se me vino a la mente al ver la zona a la que íbamos a acceder. Antes de entrar, un joven guía con cara de estar hasta los “macacos de los monos amarillos” y de sufrir una permanente bajada de tensión por el calor y la humedad del lugar, nos pidió que cerráramos todas las mochilas; que no dejáramos ningún papel, comida o bebida a la vista; que las gafas de sol las lleváramos puestas o en la mano, nunca colgadas de la camiseta o a modo de diadema y, por supuesto, nada de pendiente largos. Al escuchar esta última parte me sentí pequeñita, mucho más que los monos que íbamos a ver. Es increíble, pero tardé apenas 3 segundos en quitarme las pulseras que llevaba en la muñeca por miedo a que los Saimiri se abalanzaran sobre mí y se llevaran hasta mi mano… ¡Qué horror!! ¡Cómo puede una persona tan “desganá” (porque ni andar podía el pobre guía, ¡le pesaba hasta el alma!) provocar esos temores! Mientras cruzaba el “peligroso sendero” otra escena de Río vino a mi mente: “dentro-fuera, dentro-fuera, dentro-fuera…”  e incapaz de echar a volar, me dirigí sin pausa hasta la salida y pensé: “ohh ohh ahh ahhhh” (sé que ellos me entendieron, lo aprendí en Río!! J)

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